domingo, 10 de mayo de 2009

La crisis, ¿y ahora?

Noticias de Gipuzkoa. Tribuna Abiertaor Antxon Lafont Mendizabal

Numerosos "especialistas" se han acercado al lecho de la crisis para examinar su tos, sus fiebres, sus temblores, sin poder precisar un diagnóstico que aconseje un remedio seguro de curación, a pesar de que doctores tenga la ciencia económica … y expertos ocupados en su tarea redentora. El cuento es que, ¿quién es el guapo que se atreve a escribir sobre la presente crisis de manera categórica y sin citar a Paul Krugman? Como siempre, publicación sobre publicación y estudio tras estudio, se explicará a posteriori, con detalle y sin reserva, el mecanismo de un seísmo, quizás histórico si tiene causas estructurales. Hay ya alevines de Premio Nobel que se agitan en la superficie.

Nos interesa por ahora presentir lo que ocurrirá cuando baje el telón. La repercusión del fenómeno sobre nuestra sociedad de abundancia dependerá de su naturaleza. Si es coyuntural, como los dirigentes mundiales ricos parecen considerarla, vistas las medidas cortoplacistas tomadas, se la recordará como generadora de historias molestas para algunos y dramáticas para los parados terminales, tanto personas como empresas. Si la crisis es estructural, la sociedad afectada requerirá un nuevo contrato social, cuyo efecto dependerá de que se tome conciencia de la necesidad de una renovada noción de solidaridad o que se limite a una normalización caótica de egoísmos apelmazados.

Ya en los pasados años 80, Michel Crozier afirmaba que no era posible evitar un reajuste doloroso en la sociedad y proseguía anunciando la revolución indispensable de las costumbres. Sin reacción a estas alertas, en 2009 seguimos asistiendo a la defensa del empleo industrial sin previamente examinar el tipo de desarrollo sostenible industrial necesario. Este fenómeno es característico del efecto del encuentro político-sindical y representa un paradigma que ya no corresponde a los problemas derivados de la transformación de la organización del trabajo y, más precisamente, a su repercusión sobre el paro juvenil, por ejemplo.

Acostumbrada a vivir cómodamente rodeada de problemas sin resolver, la población acaba por adaptarse a las circunstancias y se resigna, no queriendo complicar su vulnerable presente, pero se radicalizará si considera que ya no tiene nada que perder. El sistema político, sindical, cultural, educativo, innovador, administrativo actúa con retraso respecto a una realidad que precisa reflexión y remedios. Cabe, hay que constatarlo, poca amplitud de ponderación a una generación que considera la eficacia como una virtud que hay que conquistar a cualquier precio, y en la que la sociología de las decisiones y de las políticas se ha impuesto a la sociología de los principios (Touraine); mientras, ambas siguen enfrentándose bajo nuestro balcón.

Las solidaridades, concepto degradado si admite el plural, se interdestruyen, incluso las corporativistas. ¿Hay actualmente régimen político capaz de resolver "nuestro caso"?

Mientras tanto, nos alejamos del "mejor vivir" que creíamos implantar sacrificando progresivamente parte del "vivir como reyes". No desdeñamos el objetivo de poder optar por lo mejor ante lo más, como no obviamos las prioridades de problemas de hoy mismo como los que se plantean en hogares con todos sus miembros en el paro por un lado y, por otro, los que vapulean a muy pequeñas empresas (MPE) cuya tesorería exangüe y sin asistencia pública les condena a desaparecer, a pesar de su justificación empresarial.

A ellos, parados y MPE esquinadas, se les habla del carácter mundial de la crisis, amplia jofaina en la que gestores diplomados se lavan las manos y disertan sobre los paraísos fiscales frente a aquellos que sólo conocen los avernos fiscales en los que se exige el pago de tributos sin consideraciones de coyuntura. Hay parados terminales capaces de bien trabajar, como hay muy pequeñas empresas que se ven obligadas a cesar su más que amplia capacidad a mantener la actividad en vida en un ambiente económico que felizmente afecta menos a pesar de todo a algunas MPE.

Para hacer pasar la píldora, se quiere convencer a los trabajadores modestos de que el salario es un valor de ajuste y que como tal debe ceñirse estrictamente a exigencias de competitividad, garante de la remuneración prevista del capital. A las MPE fragilizadas en su tesorería se pretende persuadirlas del sino de un riguroso darwinismo empresarial. Se trata de razonamientos perezosos y, desgraciadamente, frecuentes en algunos colectivos corporativistas partidarios de restricciones sociales, incluso en periodos de abundancia.

La mayoría de los debates organizados (sic) por diferentes medios de comunicación nos conducen al mismo tema. Es así como los representantes organizados del capital y del trabajo buscan soluciones a corto plazo, lo que puede ser en gran parte comprensible. Las discusiones de orden circunstancial declinan conceptos derivados del paro, de los salarios, de los derechos de huelga, problemas reales del día a día. Se trata una vez más de lo legal pero sin abordar lo legítimo, ninguneando el medio-largo plazo que inexorablemente se nos acerca y que tenemos que preparar. Por ahora, no se trata de exponer reflexiones alambicadas, sino de orientar y controlar intervenciones públicas que tiendan a priorizar la distribución respecto a la producción y de orientar las ayudas hacia producciones compatibles con las indispensables modificaciones estructurales que el progreso sostenible exigirá.

Citaremos un caso emblemático. Asistimos a una decisión mundial de ayuda con fondos públicos, surgida de EEUU y contagiada al resto del mundo industrial. Se trata de las asistencias financieras públicas a la industria del automóvil, y más precisamente, a los fabricantes de vehículos de transporte individual. La razón invocada, la amenaza de empleos directos e indirectos, parece razonable pero, ¿se han calculado los empleos generados, también directa e indirectamente, en otros sectores amenazados por la crisis, quizás más generadores de empleo y que responden mejor a las aspiraciones a un progreso cualitativo y sostenible?

Se podría mencionar la muy diversa actividad industrial, de servicios e incluso primaria, derivadas de las empresas coaligadas a la salud. Parece obvio estimar las ayudas examinando, en prioridad, los sectores que correspondan más directa e indirectamente a las necesidades concretas de la sociedad. Conviene también señalar que algunos sectores exigen para subsistir compras de capricho. No parece normal que en la situación actual no sea excepcional que el número de coches en un hogar pueda ser superior al de permisos de conducir.

Podríamos también citar, entre las empresas generadoras de empleo, la construcción, a pesar de su deficiente imagen actual, u otras actividades no contaminantes, poco consumidoras de energía y que cumplan funciones sociales indispensables, como las empresas de producción de vehículos de transporte público y de mercancías.

Cuando los argumentos escasean para responder a argumentos innovadores, se tildan las observaciones emitidas de utopías y de proposiciones virtuales. Lo virtual es una realidad de diseño y forma parte de nuestro espacio habitable. Lo que ayer parecía demagógico y utópico, hoy es pertinente y bien ajustado a la realidad.

¿Quién hubiese afirmado que los EEUU inventarían el neoliberalismo, consistente en pedir (sic) en la puerta de entidades públicas cuando truena, y en volver a predicar el "sano liberalismo regulado por el libre mercado" en cuanto se reparan las actuales goteras? ¿Quién nos iba a justificar el bien fundado y resignado de la desaparición de pequeñas empresas aptas a sobrevivir pero sacrificadas por los bancos que reciben fondos públicos y no les asisten? Hoy los neoliberales llegan hasta a preconizar un cierto nivel de nacionalización de los bancos, a la vez que siguen aplicando el proteccionismo que mejor les convenga en el comercio internacional.

La sociedad política debe de estar a la altura de la función que la sociedad civil le encomienda. No puede limitarse a ver pasar los trenes cargados de macroeconomía y de cuentas del gran capitán producidas en los encuentros de los G-8, G-20, etc. La mundialización de la pandemia financiera no puede ser excusa de resignación.

La sociedad política tiene el deber ineludible de proponer localmente la innovación social de respuesta vital, compatible con las posibilidades legales y legítimas y con los recursos de diferentes instituciones. El problema social se resuelve concretamente a través de opciones presupuestarias prioritarias.

Los electores pedirán cuentas de la acción concreta a electos, que no podrán esquivar las responsabilidades, que tanto han reclamado, bajo el pretexto de que los problemas se tratan en el piso superior. Más que nunca, la competencia del político es imperativa. La sociedad civil no confía en el discurso de los especialistas que pretendían conocer y controlar el sistema en que vivíamos. Asistimos al enfrentamiento de conservadores, responsables de la decisión y de renovadores, consecuentes en la contestación.

La reacción popular suscitada por la magnitud creciente de esta crisis estructural, con su lógico efecto coyuntural a corto plazo, será imprevisible si los electos no encuentran las soluciones sociales locales a los problemas planteados, también localmente, por la mundialización del capitalismo financiero.

Nuestra sociedad está inmersa en el mundo paradójico de las "contradicciones lógicas" (Baudelaire) y acaba perdiéndose en el laberinto que inconscientemente han creado.

Regularmente la historia ha contribuido a la caducidad de diferentes nociones y de variados conceptos. Hoy es el día en que tendríamos que preparar las nociones que serán los pilares sólidos de un nuevo contrato social, indispensable a la regulación de la nueva sociedad que ya ha nacido pero a la que todavía falta el cemento de una real y singular solidaridad. No nos queda más remedio que luchar con la esperanza puesta en una acertada transición al nuevo mundo sostenible. Es la utopía realizable que tenemos pendiente.

* Empresario y ex presidente del Consejo Económico y Social (CES) de Euskadi

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